miércoles, 10 de junio de 2020

YULIA

PRIVIÉT

Cuando vivía en Rusia, entre los rincones de aquella vieja residencia soviética, solía menudear con mayor frecuencia el segundo nivel, donde estaba la habitación de mi amiga Rosalba, sin embargo entre aquel antiguo edificio de forma ocasional al cruzar los pasillos y el resto de las habitaciones se encontraban los sanitarios y la fila de lavamanos colectivos. Era ahí donde solía lavar mi ropa para evitar discusiones con una que otra vietnamita que hacía creerse la dueña de los servicios del primer piso.  

Para evitar conflicto me busque un nuevo lugar donde podía dejar mi ropa en remojo, 

el olor a grasa y madera humedad inolvidable, agradable, algo así como las pensiones neoyorquinas donde en vez de agua cae lodo  a diferencia que todos los servicios estaban funcionando. 

Entre mis memorias se encuentra la de una joven que solía restregar algunas telas dentro de un recipiente redondo; lo hacía colocada en cuclillas, sin pudor alguno de quien estuviese al rededor. Vestía ropa cómoda como para dormir o hacer deporte, la recuerdo en un pantalón de tela negra. Ella me saludaba cada vez que pasaba, me parecía simpática.

Priviét, aquella palabra que se impregnó entre mis memorias como un tatuaje, lo hacía con tal espontaneidad, a secas, sin pretender, 

Cabello rizado claro, ojos verdes, un tanto rolliza, sencilla, amable, risueña, de corazón puro, se le nota en la mirada 




Algo definitivo en mi existencia de vividor 

seguiré escribiendo poemas etéreos entre los eones de mi mente 

sábado, 9 de septiembre de 2017

Buscando a André



Cuando estaba en segundo básico conocí a André. Sin embargo mi amigo Luis llevaba su guitarra para presumir lo que había aprendido. A los pocos días en una celebración de fin de semana en el instituto, yo empecé a presumir lo que sabía... pero las notas no se apreciaban mucho ya que había demasiado ruido en el ambiente. 

La gente pasaba, compraba pizza, la discoteca retumbaba y André no escuchaba bien lo que yo tocaba, pero en un momento donde la bulla se calmó, él me pidió la guitarra y logre escucharlo. Era virtuoso, su habilidad para tocar guitarra me parecía humillante; ya no toque más, sólo me dediqué a escuchar cómo tocaba Paradise City de Guns & Roses y algunas otras de Metallica o grupos de rock conocidos, inclusive parodiaba versiones fresas de algunas novelas que estaban de moda en aquella época. 

Al poco tiempo nos hicimos amigos, Luis y André eran vecinos, ambos vivían en la misma colonia; Jardines de la Asunción; al parecer todo lo que Luis sabía había sido enseñado por André o por  el grupo de amigos que se reunía a tocar por las tardes. 

Con André acordamos crear un grupo musical, pero como muchas de esas promesas, fue una más que quedó en el olvido por falta de presupuesto. En verdad quise tocar con André ya que en verdad era un músico virtuosísimo y su técnica en verdad denotaba experiencia, él tenía unos dieciséis años, y decía llevar ocho años de experiencia en la guitarra, afirmaba que en esos ocho años no había dejado de tocar.

La personalidad de aquel guitarrista era bastante jovial, y pese a que nos comunicamos muchas veces por teléfono, lo perdí del mapa. Todas las veces que hablábamos era sobre tocar guitarra. Sin embargo una mañana que caminaba temprano por la Avenida de las Américas, en Pasos y Pedales me lo encontré... tenía el pelo rapado y me contaba que había salido a correr con su suegra, estaba sudado y vestía ropa atlética. Me dejo su número de teléfono para que un día próximo nos juntáramos a tocar guitarra. 

El número que me dio, era al parecer erróneo o a decir verdad no recuerdo si logré contactarlo o no, pero lo de juntarnos no se dio. pero un día con mis primos decidimos ir en busca de André, aunque... la excusa de ir a cierto lugar tenía más de dos excusas... la primera era pasar por la colonia de mi ex novia para ver su casa, a la cual solo llegué una vez, pues las pocas veces que nos vimos en aquellos noviazgos express de la adolescencia, la ubicación exacta de su casa era para mí un enigma.

La segunda excusa era identificar la casa de Luis para preguntarle a él en dónde vivía André  y la tercera era buscar la casa de Parmenia, una chica precoz muy atractiva que un día conocí entre las calles de mi colonia. Ella tenía cuerpo de mujer, con curvas y era exageradamente sociable... la verdad me gustaba y pensaba en ir a visitarla o encontrármela de casualidad por la calle o buscar su casa a través de las pocas referencias que ella me dio a través del extinto MSN o Messenger para Windows XP. 

Con mis primos, solíamos visitar la colonia Jardines de la Asunción de forma regular, lo que empezó como identificar la casa de mi ex novia, la casa de mi compañero o de Parmenia, se convirtió en un hábito casi quincenal. En aquel entonces esas colonias aún no estaban cerradas con barrotes... lo que a mí personalmente me gustaba de visitar aquella zona era simplemente apreciar la arquitectura de las casas que no eran construcciones modestas, sino más bien eran casas que requirieron un buen presupuesto para ser construidas; pero además de la arquitectura del lugar lo que más destacaba era la tranquilidad del vecindario, un lugar donde se respiraba seguridad en aquel entonces.

Nosotros bautizamos a aquel lugar, como Buena Vibra, ya que cada vez que regresábamos de ahí después de haber caminado varios kilómetros de distancia, regresábamos a casa con una vibra muy en paz. Durante el camino no íbamos en silencio, solíamos hablar de música y de las bandas que mejor conocíamos. También hablábamos de nuestras "jugadas" con nuestras ex novias o chicas que conocíamos, y nos dábamos detalles sobre cuál había sido nuestra jugada más perfecta.

Otro día de una tarde entre semana, volvimos a visitar Buena Vibra, nos encontramos con un grupo de personas jóvenes que al parecer podían conocer a André o que quizás podían proporcionarnos alguna referencia. Uno de ellos afirmo que conocía a un guitarrista muy bueno que vivía un una casa de dos niveles que quedaba atrás de otra casa con una azotea;  él señaló la casa y al llegar al lugar toqué el timbre.

Me encontraba ansioso por buscar a mi amigo, y cuando escuché que alguien me respondió a través del altavoz del timbre pregunté: "Disculpe ¿Hablo a la familia García?.. una voz de señor me respondió que sí, en ese momento pregunté: "Disculpe ¿Está André?... ¿Andrés preguntó el señor?... sí, respondí yo siguiéndole la corriente. El señor con voz que denotaba molestia me dijo que en esa casa no vivía ningún Andrés... me dio pena preguntar de nuevo y  seguimos caminando.  

Siempre nos disfrutábamos el camino, si íbamos de ida o de regreso. pero otro día no llegamos caminando, llegamos en carro. Yo estaba empezando a conducir, pero tenía un vecino que manejaba muy bien desde hacía años, su nombre era Fernando, pero le decíamos pescado por los labios enormes que tenía. Ese mismo día me encontré a mi vecino al final de la cuadra mientras estaba sentado en la jardinera. Él lucía bastante aburrido o deprimido, el me dijo que hiciéramos algo y mi propuesta fue ir por una cervezas para ir a bebérnoslas en Buena Vibra. 

Y así fue, fuimos a un Super24  a comprar unos six pack para compartirlos mientras nos sentábamos en una de las banquetas de Jardines... en eso un indigente que iba pasando, se veía sobrio, yo lo llamé con dificultad pues nunca pensó que una lata de cerveza le fuera a caer del cielo, ya que a las tres veces de llamarlo pensó que no le hablábamos a él. Cuando le ofrecí la lata el indigente se asombro y dijo: "Gracias muchá, hace días que no ando en ni mierda", brindamos todos juntos y después de agradecer por la bebida, pocos metros antes de abandonar la cuadra, el indigente tiró al suelo la lata aplastada y vacía; se había bebido la lata completa en el transcurso de avanzar unos cuantos pasos. 

Esa fue la primera y última vez que fuimos con el pescado a Jardines; pues las otras veces que salimos con Fernando por ahí cerca íbamos a cortarnos el pelo, él manejaba la mayoría de las veces y también se cortaba el pelo al mismo tiempo, salvo que la colonia a la que íbamos quedaba unas cinco cuadras antes de Jardines, pero siempre era en la zona cinco. Varias veces en la peluquería de barrio, me encontraba a mi primo El Piojo, que al parecer trabajaba de cuidar un lugar de máquinas de videojuegos por las tardes y por las noches que quedaba en frente del lugar donde nos cortábamos el pelo.  

Con Fernando salíamos muchas veces a algunos antros, pero la mayoría de veces íbamos a Cuatro Grados Norte, cuando aquel lugar estaba en su máximo esplendor. Algunas veces bebimos en la misma colonia que vivíamos, que quedaba a unos 40 minutos de la zona cinco. En una ocasión bebimos en algún área verde con juegos infantiles y estaba Parmenia, la chica precoz, no llegaba ni a los quince años pero parecía mayor de edad por el cuerpo, casi no mostraba el rostro porque su pelo ondulado lo usaba sobre el rostro a modo de esconder un poco de acné que tenia en sus mejillas.

Pescado decía que Parmenia era bonita y que era bastante sociable, ya que le hablaba a todos, sin embargo él decía en broma que aún olía a pipi ya que era demasiado jóven para andar bebiendo con nosotros y con los demás del grupo. Y si hablamos de precocidad puedo mencionar el caso de Carlos,  primo de Fernando, quien nos acompañó en muchas de esas ocasiones que bebimos con Parmenia o con algunos otros vecinos de la zona ya que Parmenia no vivía en nuestra colonia, sólo iba de vista; pero volvamos  al rollo de Carlos y su precocidad; él tenía a penas diecisiete años y parecía de veintitrés, tenía una barba espesa, sabía mucho de música de fiesta y era bartender de medio tiempo de jueves a sábado. 

Le encantaba la parranda, sabía preparar muy bien los tragos y al día siguiente ya estaba listo para irse a estudiar al Colegio Italiano... de hecho ahora que lo menciono, un día fuimos por él al colegio para ir a una fiesta, Fernando manejaba y cuando él bajó del carro, sus admiradoras lo reconocieron desde los pisos de arriba y empezaron a gritar su nombre... vaya si el pescado tenía pegue con sus ex compañeras. En la noche Fer, Carlos y yo y fumábamos tranquilos,  en eso el barbudo precoz sacó un encendedor que tocaba música cada vez que se abría. En ese momento me recordé de Parmenia; la música era más o menos asiática pero me sonaba bastante pueril... fue por eso mismo que me recordó a ella, le comenté a Fernando sobre mi asociación mental y se cagó de risa. Me dijo que se había imaginado a nuestra amiga en un bar asiático bebiendo y fumando a la fuerza y en completo descontrol como si el mundo se fuese a acabar mañana.

Jamás entendí una palabra de la canción que tocaba el encendedor metálico, sólo supe que a Carlos se lo habían robado a los pocos días... y con el pasar de los años me enteré que él y Fernando se habían hecho papás. Con el tiempo no volví a ver a Parmenia salvo una vez que le dije que viniera a visitar a su tía, le hablé por quizás una hora y luego no nos volvimos a encontrar;  me encontré con mi ex novia algunas veces en el teatro, compañía que aun es parte de la empresa para la cuál trabajaba, que fue el lugar donde conocí a mi ex.... pero no volvimos a conversar, solamente nos saludamos un par de veces... y llegando al final de esta historia saliéndome  de la tangente, jamás logré encontrar a André; entre tanto buscar y buscar, no logré localizarlo ni por teléfono... sin embargo toda esta cadena historias inolvidables, tienen su precio, escribir una página más en el libro de las bellas experiencias.

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halloween fer y tia zona seis, magia

gracias quien quiera que seas como era antes el correo hotmail messenger

empezar mundos con entre barrios bajos y altos,  adren torneo

gabriel todo lo que hicimos en un dia carpa, piscina, tumulos, guitarra, tiro, base, de todo, coleccion piedras mama, tareas plasticina tarde ja

domingo, 23 de julio de 2017

Mi primer pelea violenta

Una experiencia traumática


Recuerdo que con mi mamá fuimos a un restaurante de pollo frito, allá por 1988 u 89.  No sé si era el cumpleaños de un familiar o amigo, pero mi mamá llevaba zapatos blancos de tacón con un vestido. Había una discoteca y se escuchaba música tropical, eran más o menos las dos o tres de la tarde, una tarde ni soleada ni nublada. 

Como era muy pequeño estaba en el área infantil de juegos, subía al resbaladero al aire libre y luego me escabullía por las escaleras para cruzar por los puentes colgantes. Yo aún no llegaba a los cuatro años de edad. Mientras exploraba la variedad de los juegos, me encontré con un túnel, al parecer hecho con un barril metálico ya que esa era toda su longitud.

Me pareció curioso experimentar con el efecto doppler, debido a la variación del eco que se escuchaba mientras atravesé el espacio redondo. La música sonaba un tanto recio, y me hacía hacia adelante y hacia atrás al descubrir por primera vez aquel fenómeno auditivo.

En eso reconocí una canción que sonaba, era un éxito de moda de José luis Rodriguez El Puma... canción que sonaba en canal siete. Pensé en el nombre del cantante y empecé a imitar el sonido vocal de aquel felino. Me creía un puma en su lecho, jugaba estando solo mientras escuchaba que mi voz también variaba dentro del túnel a medida que me acercaba o alejaba de la salida. 

En eso un niño mayor se me acercó... no recuerdo si pasó por el puente al lado mío mientras le grité al oído; y después de hacerlo de forma inocente, aquel chico mayor que yo.... o se abalanzó sobre mi dentro del túnel o estando afuera del mismo me tomó violentamente del cuello con ambas manos hasta que de alguna forma el niño estaba sobre mí intentando estrangularme exhaustivamente.

La caída fue violenta, en fracciones de segundos mi espalda y cabeza chocaron contra el concreto... con el mismo impulso de la caída por acto reflejo tire un puntapié a la espalda de mi atacante...  por instinto logré meter la barbilla para evitar que sus pulgares me dañaran la traquea, el tenía su cuerpo sobre el mío sentado sobre mi estomago y arrodillado a mis costados. 

No podía moverme, pero tenía las manos libres, sentí su peso encima mío y no podía respirar bien, intente golpearlo y alejarlo de mí usando las manos, pero la excesiva diferencia de peso no me favoreció. Quería gritar pero a penas podía jadear... el niño desconocido seguía con sus manos sobre mi cuello, observé su mirada llena de ira, note su expresión de regañadientes mientras forcejeaba la mandíbula al ritmo de los apretones de la estrangulación... él era de pelo negro rizado y tez clara, vestía camiseta color azul oscuro y usaba lentes de aro grueso sostenidos por un cordel flojo detrás del cuello. 

Me sentí impotente, estaba sudando frío mientras como pude, giré el cuello para ver si mi mamá estaba cerca. La observé mirando la pelea, mi madre en su distracción de seguro no vio cómo inició la pelea, pues en su ignorancia mientras giré la cabeza y se dio cuenta de lo que sucedía, quizás supuso que quizás jugábamos a las luchas pues cuando giré la mirada para ver si ella podía ayudarme, ella en su ignorancia en vez de correr a ayudarme soltó una inocente carcajada que la hizo mover el rostro hacia arriba... pero en aquel entonces yo no lo percibí así. 

No lo podía creer mi propia madre no me ayudó mientras estaba en posición de sumisión sin poder respirar. Luego de percibir mi desgracia estallé en un ataque de ira... en mi desesperación,  por instinto y con el poco aliento que me quedaba, con las manos libres que intentaban separar las manos del cuello de mi agresor, logré atacar sus ojos con los cinco dedos de cada mano en forma de garra, recuerdo que al niño se le movieron los lentes, cayendo suspendidos por las cuerdas, los lentes, mis uñas laceraron la nariz, los pómulos, sentí mis yemas dactilares humedecerse entre lo blanco de su mirada y sus párpados inferiores mi madre se asustó de lo iracundo que me torné.

Cuando el niño sintió mis uñas dentro de su ojo derecho una de sus manos aflojó mi garganta y pude dar un agudo grito gutural mientras terminaba de estallar en furia. Mi mamá que estaba a varios metros, al verme llorar bajo ese estrés, corrió hacia nosotros y tomó al niño del pelo y hacía atrás, pude ver como su rostro se alzó y se separó de mí con el tirón de mi madre, cuando sus manos me liberaron por completo. me levanté inmediatamente y empecé a correr.

Estaba llorando furioso, decepcionado, aquel acto había sido percibido como el primer acto de traición hacía mí... y peor aún hecho por mi propia madre. 

Corrí hacia la calle, gritaba, mientras pujaba a regañadientes jadeando entre lágrimas, crucé la calle sin mirar, y sólo por que el destino es grande no fui atropellado, recuerdo que escuché la bocina de algunos carros en aquel bulevar que con éxito me esquivaron. Llegué a mitad del arriate, me encontraba atrapado, mi mamá se veía muy preocupada, y yo desconcertado me asusté aún más.

Pasó un rato hasta que mi mamá logró cruzar la calle. Ella se quedó regañando al niño mientras nos separaba, pero no pudo alcanzarme o más bien no pensó que yo lo único que deseaba era alejarme de aquel lugar y de ella por un momento entre mi desesperación. Aquello pudo haber terminado en tragedia en cuestión de segundos. 

Cuando me encontraba en medio de las dos carreteras y mi madre logró llegar hacía mí, me relajé y lloré más tranquilo, ella me abrazó y la perdoné inmediatamente, ella para reconfortarme, me dijo que el niño también había llorado... también agregó que le había metido una patada para hacerme sentir mejor. A decir verdad sí le tomo el cabello de la frente hacia atrás bastante duro pues lo quitó de encima mientras abría la boca. Irónicamente imaginé el falso puntapié supuestamente dado por mi madre, ya que recordaba que los tacones blancos que usaba tenían puntas como de botas vaqueras.

Aquella escena se me grabó en la mente y a detalle, la verdad fue bastante fuerte para un niño que no llegaba a los cuatro años. Y ya analizado décadas después, hubo bastante violencia, aquella no fue mi primer pelea pues en el colegio recuerdo haber compartido puñetazos tanto con niñas y niños... recuerdo que una vez una chiquilla por alguna razón me golpeó el estomago mientras me hablaba y yo le devolví el golpe más fuerte en la misma área hasta hacerla llorar.  

Y si nos ponemos más técnicos de analizar, aquel encuentro no fue tanto de intercambio de golpes sino de lucha de suelo, mejor conocido como grappling en el mundo del deporte.  

Esta anécdota fue completamente real,  intenté recrear la escena tal y como la recuerdo sin agregar u omitir nada, obviamente lo hice con una pequeña regresión al sentirlo como lo percibí bajo la piel de ese niño en aquel entonces, no es que haya exagerado, fue simplemente regresar a mi posición entre aquel pequeño cuerpo infantil que contenía una mente inocente. 

Este post me ha ayudado a borrar y a canalizar aquel trauma, que ya no es más mi primer traición al comprender que el punto de vista de una madre ilusa y excesivamente joven no fue el mismo de aquel infante desesperado. Recordemos que el perdón es el mejor remedio para aliviar situaciones, ahora puedo recordar aquella anécdota sin resentimiento ni enojo, poniéndome en el lugar de los tres individuos que vivieron aquella experiencia.

Gracias por leerme. 

¡Otra vez, otra vez!

Recuerdo que mi tía me llevaba a pasear seguido,íbamos a distintas plazas e inclusive me llevaba al cementerio... lugar que me encanta por su silencio y por su arquitectura. Sin embargo este recuerdo es sobre otro lugar de la Ciudad de Guatemala que se llamó Helados Gloria, era una especie de parque de diversiones infantil, con juegos mecánicos, casa de espantos y muchas opciones tanto al aire libre como bajo techo. 

Mi tía me complacía mucho cuando salíamos y daba rienda suelta a mis deseos de niño; le pedí subirme a la rueda de Chicago. Los espacios eran en parejas; me tocó con una niña, la cual comía de un recipiente plástico en forma de frutas... ella sonreía mientras con la lengua intentaba sacar el saborizante azucarado de lo que parecía ser una fresa o un manojo de uvas... no recuerdo... los dos sonreíamos sin saber porqué. 

Su sonrisa con ausencia de algunos dientes era contagiosa y me preguntó si me daba cosquillas... ¿Cosquillas? - le pregunte. Sí, cosquillas - me respondió. 
- No siento nada- le dije un tanto intrigado.
-Cerrá los ojos cuando vayamos hasta arriba.

Y así lo hice, la rueda giraba hacia atrás y nunca sentí ese vértigo del cual ella hablaba... al parecer era más la emoción que ella sentía que lo que en realidad provocaba la máquina. 

Hablamos más no sé de qué, pero ella se rió todo el tiempo y yo también hice lo mismo. Aquella escena me pareció muy corta y deseaba continuar con ella.  Cuando la rueda se detuvo ella salió y con mis emociones a medias me sentí vacío. 

Sin embargo, mi tía para mi oportuna complacencia, aceptó dejarme  ahí para el siguiente turno sin necesidad de bajarme de nuevo y sin volver a hacer cola mientras le habló al encargado del juego, e inmediatamente les dije: ¡Quiero otra niña!

Y así fue. Otra niña subió conmigo, recuerdo que aquel momento fue el mejor del día. No sé si fueron dos o tres chiquillas las que subieron conmigo... casi de la misma edad, pero aquel experimento social me gustó demasiado. Lo más curioso fue que pude escuchar a varios adultos reír mientras con tono dictador decía ¡Más, más... quiero otra niña!

A la hora de la cena mi tía contó a mis papás entre risas, aquella anécdota. Sólo recuerdo que sentí que me dio pena estar ahí mientras hablaban de mí. Salí corriendo del comedor y fui a dar un clavado sobre la cama de mi abuela mientras gritaba: ¡Yo soy He-Man!

YULIA

PRIVIÉT Cuando vivía en Rusia, entre los rincones de aquella vieja residencia soviética, solía menudear con mayor frecuencia el segundo...