domingo, 23 de julio de 2017

¡Otra vez, otra vez!

Recuerdo que mi tía me llevaba a pasear seguido,íbamos a distintas plazas e inclusive me llevaba al cementerio... lugar que me encanta por su silencio y por su arquitectura. Sin embargo este recuerdo es sobre otro lugar de la Ciudad de Guatemala que se llamó Helados Gloria, era una especie de parque de diversiones infantil, con juegos mecánicos, casa de espantos y muchas opciones tanto al aire libre como bajo techo. 

Mi tía me complacía mucho cuando salíamos y daba rienda suelta a mis deseos de niño; le pedí subirme a la rueda de Chicago. Los espacios eran en parejas; me tocó con una niña, la cual comía de un recipiente plástico en forma de frutas... ella sonreía mientras con la lengua intentaba sacar el saborizante azucarado de lo que parecía ser una fresa o un manojo de uvas... no recuerdo... los dos sonreíamos sin saber porqué. 

Su sonrisa con ausencia de algunos dientes era contagiosa y me preguntó si me daba cosquillas... ¿Cosquillas? - le pregunte. Sí, cosquillas - me respondió. 
- No siento nada- le dije un tanto intrigado.
-Cerrá los ojos cuando vayamos hasta arriba.

Y así lo hice, la rueda giraba hacia atrás y nunca sentí ese vértigo del cual ella hablaba... al parecer era más la emoción que ella sentía que lo que en realidad provocaba la máquina. 

Hablamos más no sé de qué, pero ella se rió todo el tiempo y yo también hice lo mismo. Aquella escena me pareció muy corta y deseaba continuar con ella.  Cuando la rueda se detuvo ella salió y con mis emociones a medias me sentí vacío. 

Sin embargo, mi tía para mi oportuna complacencia, aceptó dejarme  ahí para el siguiente turno sin necesidad de bajarme de nuevo y sin volver a hacer cola mientras le habló al encargado del juego, e inmediatamente les dije: ¡Quiero otra niña!

Y así fue. Otra niña subió conmigo, recuerdo que aquel momento fue el mejor del día. No sé si fueron dos o tres chiquillas las que subieron conmigo... casi de la misma edad, pero aquel experimento social me gustó demasiado. Lo más curioso fue que pude escuchar a varios adultos reír mientras con tono dictador decía ¡Más, más... quiero otra niña!

A la hora de la cena mi tía contó a mis papás entre risas, aquella anécdota. Sólo recuerdo que sentí que me dio pena estar ahí mientras hablaban de mí. Salí corriendo del comedor y fui a dar un clavado sobre la cama de mi abuela mientras gritaba: ¡Yo soy He-Man!

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